¡Oiga!, ni un guajiro más
Le costó trabajo confesarlo, pero en verdad nunca estuvo a gusto con saberse confinada a vivir en el “pueblito” de Amancio Rodríguez. Soñó siempre con una permuta, pero sus abuelos, que la criaron, estaban enraizados al lugar donde nacieron y a esa vida apacible, casi irreal, tan diferente en muchas cosas al trajín apurado de una ciudad.
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